FECHA: 20-11-1997 - POSICIÓN: 89 - CATEGORÍA: Mil Millas Historicas

Acompañando a Reutemann

Impresiones desde el asiento derecho, al costado de un piloto de Fórmula 1, que no olvidó nada; sobre un circuito improvisado en el Sur, pleno de dificultades, con exigencias de todo tipo, el conductor que manejó cuatro coches en la categoría de mayor ruido, confirma su vigencia absoluta

 SAN CARLOS DE BARILOCHE.- No era un juego inocente. La propuesta de Carlos Reutemann aparecía tentadora. "Después, acompáñeme. Podemos hacer el circuito chico del Catedral. Se va a dar cuenta de la clase de auto que manejó Eugen Börin- gher en 1963. Una auténtica maravilla", decía el hombre, cuando diligenciaba el último tramo de las Mil Millas.

A partir de ese momento, no molestaba la lluvia continua, castigando la caravana de la carrera de las carreras, a la que hacía 48 horas venía acompañando como para que todos recordaran que las Mil Millas, sin agua, no lo son...

Confieso que entre la apasionante ceremonia del remate de la prueba y la alegría de todos (se vive un clima especial que hasta hace que los hombres parezcan más buenos), yo era uno más de los que aplaudían y festejaban a los que terminaban la carrera (y también a los que no habían podido hacerlo), por lo que me sorprendió el toque que hacía en mi hombro con firmeza. Ahí estaba Reutemann, permanentemente enfundado en la protectora campera que lo ponía a resguardo de la lluvia; usando el imponente calzado con el que se animaba a ir de un lado para el otro, sometido permanentemente por el fuego cruzado del interés de todos. Porque todos querían tener un recuerdo con Reutemann...

Lo seguí. En el camino aparecían muchas manos extendidas a las que se prometía regresar dentro de un momento. Más fotografías. Algún grabador quedaba esperando su palabra. Llegamos al costado del Mercedes-Benz 300 SE Rally. La puerta de la derecha se negaba a ser franqueada hasta con la llave que correspondía. Carlos aceptaba mi sugerencia; iba de su costado y me franqueaba el paso desde adentro. Tomé asiento.

Reutemann me ajustó cuidadosamente, con toda firmeza, el cinturón de seguridad. Integro. Pecho, primero; cintura después. Yo quedé soldado al asiento. Se puso una gorra y ajustó la visera como un supuesto casco, antes de sujetarse él también. Puso el motor en marcha (2996cc., 8,8:1 de comprensión, 170HP a 5400rpm, de línea de montaje, sin preparación alguna); el Mercedes respondía a las mil maravillas. Y dejamos por un momento el parque de verificación de la carrera, para doblar hacia la izquierda, en busca del circuito chico del cerro Catedral.

Atentos, vigilantes del camino levantaban sus banderas: "No se puede", formulaban antes de reconocerlo. "Iré con cuidado", prometía Reutemann. ¿Cómo no dejarlo pasar?

Entonces me formulaba la prevención con la que quería ubicarme correctamente en el tiempo. "Recuerde que este auto vino a correr al país en 1963. Hace 34 años." Creo que aquella fue la única vez que me echó una de sus miradas, mientras yo me sentía llevado por un motor que progresivamente aceleraba sin problemas.

Aquí intercalaría la segunda advertencia: "Los primeros dos días no funcionaba porque tenía un problema de platinos. Hasta que el presidente de Mercedes, el señor Arendt, se puso serio. Los mecánicos no se podían ir a dormir hasta que todo funcionara como debía funcionar. Sienta." Y aceleraba mientras entrábamos en el circuito que es un constante desafío.

Por Alfredo Parga

Fuente : Diario La Nación

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